Hasta el 27 de diciembre de 1978 no fue sancionada por el Rey Juan Carlos I, pero la Constitución española había sido aceptada por la población veintiún días antes. Suponía el culmen de la transición, el cambio definitivo que comenzó tres años atrás con la muerte de Francisco Franco.
La principal característica del proceso de elaboración del texto fue, sin duda, el consenso entre las fuerzas políticas predominantes en ese momento. En otras constituciones, como la redactada en 1931 por el gobierno de la II República, no existió esa unanimidad; fue una constitución de unos en contra de otros. En 1978 todos estaban de acuerdo en una cosa: España tenía que dar un giro y la meta para todos era la democracia sin diferencias ideológicas.
La Constitución de 1978 tuvo “siete padres”:
Arriba, de izquierda a derecha: Gabriel Cisneros (UCD), José Pedro Pérez Llorca (UCD), Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón (UCD).
Sentados, de izquierda a derecha: Miguel Roca (CIU), Manuel Fraga Iribarne (AP), Gregorio Peces-Barba (PSOE) y Jordi Solé Tura (PCE).
Puede ser simplemente una casualidad, pero hoy en día se puede comprobar la importancia de ese 6 de diciembre y cómo está cambiando el país simplemente escuchando a los españoles. Ya no se marca este puente en el calendario como el de la Inmaculada Concepción, sino como el de la Constitución.
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